sábado, 21 de junio de 2014

Futuro De La Cultura En La Era Tecnológica.

     

La cultura occidental, desde su mismo nacimiento, ha sido una cultura que yo no me atrevería a llamar sin más tecnológica, porque conviene afinar un poco nuestro vocabulario, pero sí una cultura técnica, de la tecné, como decían los griegos. Y por tanto, en cuanto que técnica en el sentido griego de la palabra, incoativa mente tecnología ya. Una cultura técnica o tecnológica, como ustedes quieran llamarla, pero que, lo mismo que la tecnología, hasta hace poco tiempo, era una tecnología y una técnica referida sobre todo al dominio de la naturaleza, no tanto al domino del psiquismo. Las técnicas para el dominio del psiquismo han sido mucho más orientales que occidentales. Lo característico de las civilizaciones y la cultura occidentales ha sido este carácter técnico, entendiendo la palabra técnica en el sentido en el que por lo general entendemos nosotros hoy las palabras técnica y tecnología, aun cuando ha habido en este campo una revolución muy grande, pues ahora ya no se trata simplemente del dominio de la naturaleza, sino también, no exactamente del paganismo al modo hindú o al modo oriental, pero sí del dominio de la vida. Esto es lo característicos de la cultura occidental: ha sido una cultura de invenciones, empezando por la invención, común a toda la humanidad, de la escritura.

Propiamente hablando no existe una cultura, en el sentido plenario de la palabra, no se ingresa plenamente en la Historia, hasta la invención de la escritura. Pero nuestra cultura no es simplemente una cultura de la escritura. Es una cultura del Libro por antonomasia, una cultura de la Biblia, que no significa solamente libro sino el Libro de los libros, el libro plural, y así es como se ha desarrollado toda la cultura occidental. Entendiendo este término de cultura occidental desde sus orígenes judaicos, prolongados luego por el Islam, toda nuestra cultura estrictamente occidental ha sido una cultura del libro. Después se han producido otras invenciones y, como decía hace un momento, a las invenciones, que todavía eran técnicas, sucedieron las revoluciones: la primera Revolución Industrial por antonomasia, como suele denominarse. Y reparen ustedes en que en esa época los inventores no eran todavía los científicos. Había una separación entre un gremio y otro. Los inventores eran más bien artesanos, unos obreros cualificados que, un poco por casualidad, un poco por el método del ensayo y el error, llevaron a cabo grandes invenciones. Y pensemos que durante el siglo XX los continuadores de estos inventos, los que realmente llevaron a cabo una institucionalización del invento, fueron los ingenieros, profesión que ha tenido los máximos prestigios en nuestro país. Ser ingeniero en nuestro país era, durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, mucho más importante que ser un hombre de ciencia. Lo importante, lo verdaderamente cualificado en nuestro país, aquello que todos los jóvenes estudiosos deseaban llegar a ser y todas las mamás con niñas casaderas que fuesen sus novios, era, precisamente, ingenieros. Es decir, la tecnología estaba ya ahí, pero era una tecnología que, sin estar enteramente divorciada de la ciencia ciertamente no era así, y no querría yo hacer de ninguna manera un agravio a los ingenieros, ponía el acento mucho más en los técnico que en lo científico. De modo que, por una parte, estaban los grandes técnicos, los técnicos superiores y por otro lado, los científicos. Pero yo no me atrevería a decir que esa raza de científicos puros se terminó, se agotó, quizá los últimos científicos puros han sido los creadores de la física nuclear, la física cuántica. Heiseneberg y Schrödinger, tal vez prologados por el inventor de la cibernética no me atrevería yo a darle a Norbert Wiener ese título de científico puro, pero inmediatamente después ocurre una superación de esta escisión, de esa dialéctica, de esta tensión entre las dos culturas: la cultura humanística, por una parte, y la cultura tecnológica, por otra, en cuanto que lo que prevalece en nuestra época es no ya la tecnología ni por supuesto la cultura humanística, sino lo que se denomina con ese neologismo de tecno ciencia. Hoy, la cultura es fundamentalmente tecno científica. No puede ser una cultura puramente técnica ni puramente tecnológica porque los tecnólogos que cada vez abundan más en nuestra sociedad y es normal que abunden, conocen muy bien cómo hacer las cosas, pero no saben tan bien por qué ocurre ese funcionamiento. En consecuencia, esta fusión profunda de la técnica y de la ciencia, y el hecho de que los más importante científicos de nuestra época sean tecno científicos, o por lo menos tan tecno científicos como estrictamente científicos, o por lo menos tan tecno científicos como estrictamente científicos, supone una gran novedad y es una gran afirmación de la superación de esta tensión entre las llamadas dos culturas.

La Familia En La Era Tecnológica

Las últimas décadas han visto un desarrollo vertiginoso de la tecnología. Ésta se encuentra cada vez más presente en la vida cotidiana de los seres humanos. De ahí que se hable de la llegada de una nueva etapa en el devenir histórico, llamada “era tecnológica”. Qué duda cabe, los beneficios que está trayendo la tecnología son muchos y muy importantes. ¿Quién podría imaginarse las grandes ciudades sin el recurso a la electricidad y a los productos electrónicos? ¿Quién dejaría de lado los notables avances en materia de salud? ¿Quién puede menospreciar lo útil que resulta el computador, y las posibilidades que ofrece Internet? Pero junto a los beneficios, no se puede negar que están surgiendo problemas nuevos ligados al desarrollo tecnológico, y algunos de ellos con peligros y consecuencias gravemente dañinas para el hombre. Tomando en cuenta esta compleja realidad es que se afirma que la tecnología es esencialmente ambigua. Los productos tecnológicos pueden ser diseñados para bien o para mal, y asimismo pueden ser usados con fines nobles o con objetivos perversos. Por otro lado, si bien es cierto que “la técnica con sus avances está transformando la faz de la tierra”, como se señala en Gaudium et spes, algunos han asumido posiciones extremas, afirmando que la tecnología es el principal y decisivo factor de cambio social y cultural. Esto se aprecia tanto entre quienes exaltan a la tecnología como entre quienes la critican. Es común que se califique a quienes se ubican en estos dos extremos como tecnófilos y tecnófobos. También los han llamado integrados y apocalípticos, siguiendo una terminología que popularizó Humberto Eco en los ’60. Ambas posiciones le dan a la tecnología un lugar demasiado protagónico, cayendo en lo que se puede calificar como un tecno centrismo. En los primeros su entusiasmo por la tecnología los conduce directa o indirectamente a un evidente absolutismo tecnológico. Para ellos la tecnología se presenta como la actividad más importante y como la panacea para solucionar todos los males y problemas del ser humano. Pero este vicio también puede atrapar a quienes se aproximan críticamente a la tecnología y a sus efectos, como parece estar sucediendo con no pocos. Y es que, como en los primeros, la perspectiva de los tecnófobos le da a la tecnología un lugar central, otorgándole un rol determinante en la vida del ser humano, esta vez como causa de todos sus males. Una recta aproximación consistirá pues en dar a la tecnología el lugar que le corresponde, tomando distancia de toda posición inspirada en una perspectiva tecno céntrica.


La tecnología al servicio del hombre

La era tecnología ha resultado ser una época de encrucijadas. Junto a indiscutibles promesas se presentan inocultables amenazas. Algo, sin embargo, es o debería ser claro: la tecnología debe estar al servicio del ser humano y no al revés. Las distorsiones que introduce la mentalidad tecnologista, que terminan poniendo al ser humano al servicio de los objetivos de la racionalidad tecnológica, deben ser aclaradas y denunciadas como una grave amenaza contra el hombre y contra la familia. De ahí la importancia de reencontrar lo que el Papa Juan Pablo II ha denominado la “dimensión sapiencial”, que lleva a una “búsqueda del sentido último y global de la vida”. Esa dimensión sapiencial nos pone en sintonía con la sabiduría del Creador y nos permite, desde ella, descubrir el sentido de su creación. Así se podrá recuperar una recta antropología, que no sólo le dé a la tecnología su lugar correcto en el ámbito de las creaciones humanas, sino que ponga a la persona como centro y sujeto de la cultura, y a la vez permita afirmar a la familia en su auténtica naturaleza, ante las amenazas de distorsión que introduce esta difundida mentalidad tecnologista. He aquí un desafío crucial para esta era tecnológica: darle su sentido humano a la tecnología y ponerla verdaderamente y en todo al servicio del hombre y su vida familiar. En el fondo se trata de responder a la pregunta esencial por la identidad del ser humano y, desde allí, por el sentido pleno de su existencia y de su obrar, incluyendo la actividad tecnológica. Y esa respuesta, lo sabemos bien, sólo la encontramos de manera definitiva en el Señor Jesús, quien revela el misterio de la existencia del ser humano y de su identidad. Además, como señala el Papa Juan Pablo II en su Carta a las familias, “si Cristo ‘manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, lo hace empezando por la familia, en la que eligió nacer y crecer”.

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